Pocas cosas me producen más satisfacción que uno de mis alumnos llamándome “mami” sin querer.
Un niño ha de estar muy a gusto contigo para llamarte “mamá” de manera instintiva. Cada vez que pasa se repite la misma escena: la maestra se llena de orgullo (no lo dice pero en el pecho el corazón le está dando saltos de alegría). El alumno sonríe ruborizado…los dos se miran con complicidad…los niños que estaban más cerca y lo han escuchado se ríen… y durante unos instantes, antes de retomar las lecciones, en el aire queda suspendida una emoción muy especial… es el cariño.
Anécdotas como esta ocurren cada día en las aulas y constituyen una más de entre muchas otras muestras de la presencia de las emociones en la escuela. 
Afortunadamente cada vez resulta más evidente para los educadores que lo emocional y lo racional están unidos por un vínculo irrompible y cada vez la sociedad es más consciente de la necesidad de incluir el amor y el respeto mutuo entre esas “competencias” tan importantes en las que hemos de entrenar a los niños.
El aula debe ser un lugar de acogida donde todos nos sintamos valiosos y crezcamos como personas un poco cada día y es labor del maestro conseguir ese clima. Una vez conseguido, los logros académicos vienen solos.
A lo largo de mi carrera profesional he tenido muchas reuniones con padres y madres para hablar de sus hijos, pero tan sólo un diez por ciento de las mismas han estado relacionadas con temas estrictamente académicos. No es que todos mis alumnos fuesen brillantes (aunque en el fondo para mí todos lo son, independientemente de sus notas) sino que trabajando sus emociones, su autoestima, su actitud, su compromiso y su capacidad de esfuerzo, entre sus padres y yo hemos conseguido optimizar su rendimiento académico.
Y es que para que un niño vaya bien en el colegio hacen falta, entre otros, dos factores fundamentales: motivación y esfuerzo. Si estos factores están presentes, el niño es capaz de conseguir casi cualquier cosa.
Obviamente para que existan una verdadera automotivación y una elevada capacidad de trabajo los padres y los maestros debemos desarrollar nuestra labor de educadores teniendo muy claros nuestros objetivos comunes y trabajando de manera conjunta con el niño.
Esto pasa por que alumno, profesor y familia formen y se sientan parte de un mismo equipo. El maestro pasa muchísimas horas con el niño y lo conoce bien… pero nadie lo conoce mejor que sus padres. El hecho de que ambas partes compartan la información, acuerden objetivos, negocien compromisos y cumplan con su parte del trabajo resulta fundamental para la evolución del alumno. 
Para el niño es muy importante saber que el maestro y sus padres “hacen piña”…pero lo hacen contando también con él. Si queremos alumnos implicados debemos otorgarles más “poder”, hacerles responsables de su proceso de aprendizaje, darles capacidad de decisión, pedirles consejo, hacerles sentir importantes y utilizar metodologías activas en el aula. 
Evitando juzgarles, haciéndoles sentir que su voz cuenta, que se respeta su naturaleza… conseguiremos que se comprometan y que poco a poco asuman el reto de su educación como un reto propio, aceptado de manera consciente y no como algo impuesto.
Si esto se consigue… la capacidad de superación de los niños no tiene límite, porque los niños no saben de límites más allá de los que nosotros les imponemos.
Es muy sencillo. Si les demuestras que les quieres y que les respetas… si saben que te importan….ellos acaban queriéndose a si mismos, acaban por respetarse. Y el respeto por uno mismo lleva inevitablemente a la búsqueda de la excelencia.

Belén Palacios